Brillaba, cuarto naciente... su sonrisa, cuando mis ojos la encontraron sentada en la esquina oscura de la fiesta, fiesta a la que no me invitaron y quizá a ella tampoco. Estábamos los dos, unos desconocidos que aún no cruzaban miradas, a la mitad de algo y ¿Por qué no?... a la mitad de nada.
Ella, luego de secar sus lágrimas, fijó su atención en la única persona que la observaba. Después de haber bebido el champán que alguien más no quiso, tuve el valor de reducir la distancia de nuestras almas, sin mayor aspiración que satisfacer mi espontánea curiosidad. Paso a paso, centímetro a centímetro, milímetro a milímetro... su tez perdía brillo y su expresión era cada vez más vacía. Supongo que al verme, esperaba en mí, a algún idiota que le dijera lo hermosa que era y si quería ir a divertirse con él un rato. Extendí el brazo y tome su mano, se asustó, la miré intensamente y con un voz muy tranquila le dije, que la felicidad no es una meta, tan solo breves instantes... después de ayudarla a levantarse, la esquina dejó de ser oscura, siendo iluminaba por un maravilloso y fascinante, cuarto naciente...
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